El Guerrero Y El Campesino
- carloslayaautor
- Oct 14
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Durante la edad media existía un reino en lo más alto de una montaña y el cual se distinguía de todos los demás reinos debido a su pacifismo, este no contaba con ningún ejército y tanto sus líderes como todos sus habitantes eran grandes meditadores y se dedicaban a cultivar su ser, por otra parte, la mencionada montaña se erigía como una frontera natural entre dos grandes reinos guerreros de larga tradición conquistadora y quienes además eran acérrimos enemigos entre ellos, estos eran conocidos como el reino del Este y el reino del Oeste. El reino del Este se caracterizaba por ser un poco más civilizado que su par del Oeste, aunque la ambición expansionista de ambos a cada uno de sus lados no parecía tener límites. Tal vez en lo único que habían logrado estar de acuerdo era en considerar al reino de Arriba, como era conocido aquel pacífico lugar, como una zona neutral para ambos, y aunque habitantes de los dos reinos guerreros eventualmente podían coincidir en lo alto de la montaña, al visitarla en busca de experiencias místicas transmitidas por los monjes y yoguis del lugar, estos siempre respetaban las dos reglas impuestas por los moradores y las cuales eran, no permanecer en el lugar con armas y bajo ningún concepto podrían usar aquel territorio como un campo de batalla ni en un aspecto físico ni verbal, después de todo, aquel mítico reino de las alturas ya se encontraba allí mucho antes de que los otros dos reinos se asentaran.

Un día un viejo y en otrora prominente general del ejército del Este de nombre Gora, y quien en el presente se había venido a menos debido a una serie de acusaciones de corrupción y de exagerado abuso de poder, sintiendo la inminente posibilidad de ser llevado ante la justicia real, lo cual eventualmente significaría su muerte, decidió intentar una acción por demás arriesgada y sin precedentes en la historia de los reinos, tartar de invadir el reino de Arriba, esto con la finalidad de hacerse de un territorio propio. Sin embargo, él sabía que debía actuar con mucha cautela y astucia, pues cualquier paso en falso precipitaría su fin.
De este modo inició su maquiavélico plan, reuniendo así a todos sus hombres de confianza, quienes, a pesar de tampoco gozar de la mejor reputación, Gora, sabía que serían incapaces de alistarse en una aventura tan irracional, es por ello que engañándolos con gran maestría les dijo, que existían incalculables tesoros en el reino de Arriba y que manejaba información de que pronto los bárbaros del Oeste tomarían posesión de estos y de las tierras, así que él les proponía apresurarse a invadir aquel reino; sin embargo, les pedía discreción, ya que consideraba que la corona no entendería en principio que sus intenciones eran proteger al reino de Arriba por parte, según ellos, de personas civilizadas y compasivas como lo era el reino del Este, además de que evitarían que sus enemigos se acercaran peligrosamente a su territorio; ante tal discurso todos los presentes quedaron convencidos de que estarían haciendo lo correcto, al tiempo de que sus nombres serian limpiados tras erigirse como héroes. Sin embargo, aquel general sabía que necesitaba una pieza más para completar su intrincado plan, así que acto seguido fue en busca del mejor guerrero de todo el reino, su nombre era Ateso, y su fama como el más completo y mejor combatiente de todos los territorios del Este solo era comparable con su imagen de hombre justo y leal a la corona. Una vez se encontraron, el general cauteloso como siempre solo le manifestó que necesitaba de su presencia para realizar una comisión al reino de Arriba, aquel obediente guerrero acato la orden del oficial de inmediato y muy pronto todos los soldados iniciaron el viaje de una semana hacia lo alto de la Montaña, durante el trayecto el general les comentaba a sus hombres de confianza, asegurándose siempre que el notable guerrero no escuchara, que esta operación sería muy diferente a las demás acciones de conquista que habían realizado antes.
Una vez llegaron al poblado todos entregaron sus armas a la entrada como era la costumbre, quedándose solo un soldado vigilando aquel almacén y atento a cualquier llamado de su superior, luego, el general pregunto donde se encontraba el líder del monasterio, quien ostentaba el cargo más alto del lugar, pronto le indicaron que este se encontraba con los monjes en el campo de entrenamiento.
Al llegar al lugar se encontraron con un grupo de jóvenes quienes recorrían una pista oval, muy inclinada y bastante irregular, cargando sacos de distintos tamaños, el general se acerca al líder y luego de hacer los saludos de rigor le indica que desea hablar en privado, en aquella reunión el Viejo Gora le planteo que en aras de lograr un acercamiento más estrecho entre ambos reinos, deseaba que su mejor soldado participara en una competencia contra su mejor monje, y así el representante que ganara le daría la oportunidad a aquel reino de hacer una petición al contrario, el sabio líder intuyo inmediatamente que aquella inesperada propuesta no era bien intencionada; sin embargo, le replico con gran honestidad diciéndole.
No comprendo claramente la naturaleza de su propuesta –dijo el maestro de manera muy serena–. Sin embargo, me siento en la obligación de explicarle nuestras tradiciones. Acá no competimos entre nosotros, sino contra nosotros mismos, no existen competencias que arrojen un ganador y un perdedor, solo nos enfocamos en pruebas que demuestren que tanto hemos mejorado y crecido individualmente, es por ello que nuestra mayor victoria es la que obtenemos al poder dominar nuestro cuerpo y mente. Por otra parte, usted también plantea que yo haga un compromiso en nombre del reino, cosa que me es imposible, ya que en nuestra sociedad no existe tal jerarquía y es por ello que cada habitante solo puede comprometerse de manera individual, y por último considero que usted tampoco tiene tal autoridad para representar a los suyos, pues después de todo usted no es el Rey.
Ante aquella contundente respuesta, el general tuvo que echar mano de toda su astucia para poder continuar con su plan.
Comprendo y respeto su posición gran maestro, pero apelo al sentido de servicio que siempre ha distinguido al reino de Arriba –indico el general con gran elocuencia-. Es por ello que le pido que permita que solo uno de mis hombres comparta la pista con uno de sus monjes y así podamos apreciar que tan fuerte es su cuerpo y su mente.
El gran líder pronto entendió que aquel hombre no aceptaría un no como respuesta, así que lo invito a regresar al campo oval donde se encontraban tanto los monjes como los soldados, y en ese instante notaron que se acercaba un humilde campesino de las tierras altas quien acababa de completar con sus bestias y su pesado cargamento la dura travesía que une el reino del Este y aquella aldea. En ese momento el sabio del monasterio toma la palabra y dice.
Se me ha pedido que un guerrero del Este participe en nuestro entrenamiento; sin embargo, considero que ni siquiera el mejor de mis monjes está preparado para compartir la pista con ningún extranjero –en ese momento la cara de sorpresa y de desacuerdo por parte de la mayoría de los monjes era evidente, pero el maestro prosiguió diciendo-. Sin embargo, creo que entre nosotros hay solo una persona que podría acompañar a nuestro huésped en el campo oval –y dirigiéndose al simpático campesino le pregunto-. ¿Mi apreciado amigo estarías dispuesto a acompañarnos en el campo?
Aquel muchacho, sintiéndose inmensamente honrado por el ofrecimiento del respetado líder, acepto de inmediato.
Por su parte, el General Gora con una gran sonrisa en su rostro, se atrevió a decir en voz alta.
Noto que ha sido una elección muy inteligente, ya que debido a que ninguno de los presentes tendría oportunidad alguna contra nuestro hombre, escogieron al menos capaz solo para reducir la humillación de la derrota.
En ese instante el líder retoma la palabra para aclarar su punto, esta vez para todos los presentes.
Les recuerdo a todos que no existe algo como una competencia en nuestro reino, solo la demostración para sí mismo de las habilidades y fortalezas de cada individuo, procurando siempre su evolución.
Los soldados desconcertados ante las palabras del monje mayor, miraron a su general quien con gestos les hizo entender que este tenia otros planes una vez terminara la contienda.
De esta forma iniciaron los preparativos para la prueba. Primero se hizo el lanzamiento de un trompo de cuatro lados identificado con números desde el 1 al 4, el número obtenido fue el 2, y este correspondía a la cantidad en que debía ser dividido el peso del participante para así determinar la carga que llevarían a través del óvalo de 200 mts de recorrido, en este caso cada uno cargaría un saco que contenia varias bolsas de arena correspondiente a la mitad de su peso. Luego, se lanzó una moneda para definir en que sentido de la mitad de la pendiente iniciaría cada participante, dándose en este caso que el soldado descendería primero y el campesino ascendería la cuesta. La prueba terminaría una vez que uno de los participantes rebasara al otro y llegara a su punto de partida.
Por su parte, cada participante no podría ser más distinto, pues mientras el guerrero era un hombre de 2,15 m de altura con una contextura atlética formidable, el humilde campesino apenas alcanzaba 1,60 m y su fisionomía mostraba cierto sobrepeso.
Es así como en el instante en que iniciaba el evento, el soldado dijo en voz alta.
Compañeros les digo que antes de que tengan tiempo de soltar sus equipajes y colocarlos en el suelo, yo ya habré culminado esta prueba.
De esta forma comenzó la contienda y el guerrero abrazando su saco, descendió velozmente la cuesta empinada y pronto se encontraba al inicio de la subida detrás del campesino, quien con el saco sobre su cabeza ascendía con una imperturbable calma. La velocidad del guerrero en el primer tercio de la pica fue considerable; sin embargo, pronto noto que lo irregular del terreno lo obligaba a buscar el camino más conveniente, y el cual no siempre era el más directo hacia la cima, es así como comenzó a describir un recorrido en zigzag que en ocasiones lo obligaba a retroceder unos pasos para conseguir el mejor apoyo y seguir adelante. Por su parte, el simpático muchacho caminaba como si conociera aquel terreno de memoria, e incluso una vez que inició su primer descenso lo hizo con suma paciencia y cautela, y una vez este había llegado al inicio de la cuesta ya no existía ninguna ventaja por parte del atlético soldado, por el contrario, se notaba que el joven campesino de continuar con ese ritmo pronto comenzaría a descontar distancia. En cuanto al guerrero, una vez alcanzo la cima, descubrió algo para él desconcertante, pues un hombre acostumbrado a combatir en las planicies desconocía que la presión y el oxígeno en lo alto de las montañas era totalmente diferente, por ello, no comprendía por qué cada vez se le hacía más difícil respirar, sin embargo acostumbrado a exigirse al límite continuo su recorrido, pero a una velocidad considerablemente menor, al tiempo que cambiaba constantemente de posición su carga, pues no lograba conseguir una forma cómoda de llevarla. Es así como en la tercera vuelta los dos participantes coinciden en la subida, el campesino se encuentra al inicio de la cima, mientras que el guerrero un poco más adelante, al alcanzar un tercio de la subida se desplomó quedando tendido a lo largo del camino, una vez el muchacho lo alcanza en vez de completar los escasos 15 metros que le restaban y acabar con la prueba, abandono su carga y con una impresionante técnica cargo sobre sus hombros como si se tratara de un enorme bulto de verduras al soldado, llevándolo hasta la cima del terreno donde se encontraban todos atónitos contemplando aquella impresionante acción.
Mientras esto sucedía, el general hizo sonar su cuerno y el militar que custodiaba las armas se apresuró a acercarse al grupo llevando un saco que contenía un objeto largo y delgado.
Pronto los monjes se alistaron a atender al soldado, ayudándolo a realizar ejercicios de respiración y a adoptar posturas que beneficiaban su rápida recuperación.
De pronto y en medio del caos surgido, el general Gora saco una espada del saco que le habían entregado y totalmente enajenado, se abalanzó contra el anciano líder gritando.
Ya me cansé de jugar, ahora les toca a ustedes sucumbir bajo mi espada, que es la forma como el reino del Este actúa para el bien de la corona y el mejor destino de los territorios conquistados.
El viejo sabio se mantuvo parado sin mostrar el mas mínimo temor ante la inminente arremetida del iracundo general, y cuando faltaban pocos metros para alcanzarlo con su ponderosa espada, el general cae repentinamente al suelo, debido a que el guerrero Ateso aun en el piso y con suprema habilidad logro barrerlo con sus pies. En ese instante el enorme soldado se incorpora rápidamente y aplastando la mano derecha del general le quita la espada y la lanza muy lejos colina abajo, mientras encarándolo le dice.
En este momento comprendo que todas las denuncias en su contra son verdaderas –dijo aquel héroe mientras le hacía señas a sus compañeros para que levantaran y apresaran al oficial-. Llegue acá bajo engaño, seguramente como todos los demás -esta vez, dirigiéndose a los soldados prosiguió-. Pero estoy seguro de que la mejor forma en que ustedes pueden limpiar su nombre es contando todo lo sucedido y entregando a esta deshonra de hombre ante la justicia real.
Por su parte, el viejo Gora, aun fuera de sí, exigía que obedecieran sus órdenes y que lo soltaran, pero en cambio, sus soldados lo escoltaron hacia las afueras de la comarca, mostrando en sus rostros una inmensa vergüenza por lo sucedido.
Por ultimo, Ateso dirigiéndose una vez más a los presentes, les dijo.
Por favor compañeros, díganle a mi Rey que el podrido general no solo mancho el nombre de nuestro reino, sino que lo despojo de uno de sus más leales guerreros, pues si estas nobles personas lo permiten, deseo quedarme en estos parajes para aprender y convertirme en un mejor ser, ya que este pequeño campesino en un día me enseño mucho más de lo que he aprendido en toda mi carrera militar.
En ese instante el líder del monasterio con un gesto, le indicó a uno de sus discípulos que le entregara una túnica al valiente soldado, marchándose así cada quien del lugar, y en cuanto al campesino, este retomo sus bestias y su carga y en silencio prosiguió el camino hacia su granja como si ningún evento lo hubiese retrasado de su ruta.
En cuanto a aquel gran guerrero, se cuenta que se quedó por siempre habitando el reino de Arriba, pasando de ser un alumno dedicado a convertirse en un gran Yogui.

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